Bibliografía
Kaiser, Walter C., hijo. Hacia una teología del Antiguo Testamento. Miami: Vida, 2000. 368 pp. ISBN: 0829722084
Introducción
Esta reseña presenta los lineamientos y conceptos generales de una sección del libro Hacia una teología del Antiguo Testamento, como también la crítica y beneficios implícitos que se han obtenido de la lectura del mismo; a la vez que busca, resumidamente, demostrar conformidad con lo expresado por el autor acerca de su argumento de que «la teología del Antiguo Testamento funciona mejor como una sierva de la teología exegética en vez de su papel tradicional de suplir información para una teología sistemática» (9).
Resumen
El autor indica que existe una unidad en el mensaje del Antiguo Testamento, y esto a pesar de que algunos afirmen que no sea factible señalarlo. Tal hallazgo se hace posible a través del texto mismo y la conclusión es que el elemento de la «promesa» es el centro que se observa en cada era del canon bíblico (10). Es esto un gran desafío para cada predicador.
Evaluación crítica
De los cuatro capítulos examinados, el primero tiene que ver con la importancia de la definición y la metodología y aunque es indiscutiblemente imprescindible es también, por lejos, el más tedioso de la disertación y que requiere de algún bagaje de conocimiento previo de la historia del Movimiento Teológico Bíblico (13) y también respecto al desarrollo e interpretación de la teología del Antiguo Testamento. Kaiser opina que en un margen de treinta años de historia de este Movimiento se llega a la conclusión de que es necesario aún encontrar «la definición, metodología y objetivo de la teología del Antiguo Testamento» (17). El autor también afirma que, a pesar de las críticas que han surgido hacia esta teología por parte de este Movimiento y posteriores adherencias, el mundo evangélico no cuestiona las críticas que surgen de fuentes genuinas, pero sí que la verdadera teología bíblica estará en peligro mientras las críticas se realicen a través de fuentes no fidedignas, la tradición y otros tipos de crítica (21); y es notable su confesión de que «ni los hombres, ni los tiempos controlaban el significado teológico» (22). Esto es de gran beneficio para quienes sostienen la inspiración plenaria de las Escrituras y deben sostenerlo bien en alto al hacer teología bíblica. El espacio no nos permite expresar más.
El capítulo dos es sustancial ya que va en busca de la identificación del centro teológico canónico. Esto concierne a la localización de «una clave para un arreglo ordenado y progresivo de los asuntos, temas y enseñanzas del Antiguo Testamento» (37). Un estudiante serio de la Escritura debe valorar semejante asunto, ya que le permite evitar descuidos en la exégesis y a la misma vez mantener una coherencia seria en el desarrollo de su formación. A partir de esto y otros asuntos relacionados al desarrollo de la historia de Israel, el autor se aventura a indicar que hay un ojo en esta tormenta de actividad y que se demuestra textualmente, y que ese ojo es el punto de partida del canon, su propia unidad, la esperanza central, y la medida de lo que es teológicamente importante (52). Este centro es la «promesa» y que fue señalada con diferentes términos en el Antiguo Testamento, tales como «bendición» (Gn. 1:22) (52); «semilla», «retoño», «siervo», «piedra», «raíz», «león» (54). Son dos los personajes fundamentales que, con sus respectivos pactos, van dando más forma a este centro: Abraham y David (Gn. 12:1-3; 2 Sam. 7:11-16) (54). Quizá este punto es uno de los que se deben destacar ya que aún entendiendo la importancia que revisten estos dos pactos, es fácil perderse entre medio de ambos en la narrativa bíblica y por ende descuidar dos pilares fundamentales como lo son estos pactos incondicionales, en gran parte responsables del sostén de la teología del Antiguo Testamento. No se puede exagerar su valor y no se debe resistir a la influencia pedagógica que le concede a quien desea mantener equilibro en su teología veterotestamentaria y del resto de la Biblia.
El capítulo tres trata el desarrollo de un bosquejo para la teología del Antiguo Testamento; y con tal fin, Kaiser indica que si se desea agrupar la teología del mismo se necesita conocer la secuencia de los hechos históricos de la nación de Israel (61). Resumidamente, el capítulo señala los períodos históricos de la teología del Antiguo Testamento, a saber: La era patriarcal, donde Abraham ocupa el lugar central y donde la «promesa» define la clave de la búsqueda (63-65); la era mosaica, donde ya es un pueblo y no solo una persona, que se elabora en Éxodo, Levítico y Números con Moisés el personaje principal (65). Mantener esto en mente, con su desarrollo paulatino en el Pentateuco reviste de asombro a quienes trazan las Escrituras porque puede constatar que Dios mantiene en alto este centro que el autor del libro demuestra. Luego, el turno de la era premonárquica, donde la promesa de la tierra dada a Abraham tenía por lo menos un «cumplimiento seminal»; después, la era davídica, donde 2 Samuel 7 fue para David lo que Génesis 12:1-3 fue para Abraham (65-66). En esta era se destaca que los asuntos reales se enlazaron de manera puntillosa con los términos anteriores, es decir: «simiente», «nombre», «descanso», «bendición», y ahora, «rey» (67). Así se arriba a una hegemonía teológica clave.
El capítulo cuatro es una conexión magistral de todas estas épocas con la teología del AT de que muestra cómo la «promesa» es, en definitiva, fundamental y central. Quien tenga el cuidado de estudiar la teología del AT con esto en mente, tendrá la chance de evaluar mejor cada período histórico considerando los eventos no como hechos esporádicos sino como eslabones divinos.
Conclusión
A pesar de que el libro contiene un lenguaje muy técnico, se aprecia que el autor ha realizado un estudio de gran valor, con orientación puntual y recomendable para el estudiante serio de la Palabra de Dios que requiere entender la teología del AT desde el origen, mirando la «promesa» con una atención mucho más seria de lo que lo ha hecho hasta el momento.