Ensayo para The Masters’s Seminary
Eclesiastés en su contexto natural
Al responder la pregunta de este ensayo es necesario tener en cuenta que en el trasfondo del libro de Eclesiastés se halla presente y de varias formas la realidad de un mundo maldecido por el pecado, lo cual es señalado en el libro como «debajo del sol» unas veintiséis veces (Ec. 1:3, 9, 14; 2:11, 17-20, 22; 3:16; 4:1, 3, 7, 15; 5:13, 18; 6:12; 8:9, 15, 17; 9:3, 6, 9, 11, 13; 10:5). Según esta expresión, «el problema es la vida misma. Si esta se ve sin referencia a Dios (“debajo del sol”), el mundo que hallamos es un caos sin significado ni progreso (Ec. 1:2-11) y, ni la sabiduría (Ec. 1:12-18), ni el placer (Ec. 2:1-11) nos capacitarán para vivir con contentamiento. Sobre ambas recae una oscura sombra: la muerte inevitable (Ec. 2:12-23)»[1]. Una de las máximas expresiones de esta futilidad se encuentra en Ec. 2:15 «Entonces dije yo en mi corazón: Como sucederá al necio , me sucederá también a mí…»; y en Ec. 9:3 «… un mismo suceso acontece a todos… el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal e insensatez en su corazón durante toda su vida; y después se van a los muertos». De manera que este es el panorama del mundo fútil como lo ve el autor de Eclesiastés si no se tiene en cuenta a Dios.
La alegría en un mundo caído
Por otro lado, el mismo Dios que ha maldecido este mundo a causa del pecado, también lo ha creado y lo ha dado al hombre para que lo pueda disfrutar, tal como lo expresa en Ec. 5:18-20 que indica que este debe «gozar del bien de todo su trabajo…todos los días de su vida que Dios le ha dado» (18); que también «goce de su trabajo [porque] esto es don de Dios» (19), y porque «Dios llenará de alegría el corazón» (20). Esta es «una nota de carácter positivo a lo largo de todo el libro. Koheleth constantemente recomienda moderación en el goce de los dones de Dios como el summum bonum de la vida»[2].
Comprender otros asuntos más puntuales también ayudan a responder a la premisa planteada. Este es el caso de apreciar el tiempo como Dios lo ha provisto.
Estos versículos esbozan la saludable manera en que se puede vivir en el mundo caído de acuerdo al Predicador, aunque son solamente algunos de los más evidentes. Comprender otros asuntos más puntuales también ayudan a responder a la premisa planteada. Este es el caso de apreciar el tiempo como Dios lo ha provisto; y en esto, Eclesiastés declara que «todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (Ec. 3:1), y los versículos siguientes que señalan a una lista de «ocupaciones terrenales [que] son sin duda lícitas en su debido tiempo, pero sin provecho, de lo contrario, cuando por ejemplo se las tiene por el bien único y principal (vs. 9-10); […]. Dios permite que el hombre goce con moderación y virtuosamente los dones terrenos que le concede (vs. 12-13)»[3]. Otro aspecto que recomienda Eclesiastés para vivir la vida en este mundo es alabar la alegría (Ec. 8:15) que surge de disfrutar lo que come y bebe a consecuencia de su trabajo en la vida que Dios le ha concedido. El Predicador «aboga por la alegría de vivir. Como en Ec. 2:24-25, los dones que Dios ha dado sólo pueden disfrutarse adecuadamente si se aceptan como dones de Dios para su uso, no para su mal uso».[4]
El descubrimiento de la sabiduría
Pero sin lugar a duda la respuesta final y contundente a la pregunta planteada, va mucho más allá de las cosas que se aprecian de Dios como Creador y Sustentador de la vida debajo del sol. En un mundo donde la vanidad está presente (Ec. 1:2-11) y donde la muerte es el camino de todos (9:3), la mejor respuesta es una dependencia confiada en Él y es demostrada a través de un temor reverente (Ec. 5:7; 7:18; 8:12-13; 12:13). Esta dependencia en el temor de Dios, en Eclesiastés —al igual que el resto de los libros de sapienciales conduce al descubrimiento de la sabiduría. En este sentido, todo lo considerado anteriormente —lo que Dios da y lo que quita, lo que permite y lo que no permite; todo ello fue ordenado por él con el fin de que el hombre le tema.
Esto es lo que el Predicador anuncia al examinar aquello que ocurre en el tiempo que el hombre transcurre en la tierra mientras es consciente de la eternidad (Ec. 3:11), y así lo presenta en 3:14, «lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres». Todas estas cosas que le ocurren al hombre en su tiempo ha de considerarlas «como un medio por el cual Dios se nos revela y nos muestra su sabiduría y justicia, [así entonces] la vida tiene significado».[5]
El hombre sabio es el hombre que teme a Dios y esto, aunque viva en un mundo de vanidad corrompido y sabiendo él mismo que habrá de morir, le provee de un disfrute único…
La santidad de Dios, como ser único y distinto, es algo que da a entender el Predicador al aconsejar a sus receptores de que deben considerar tanto el bien como la adversidad como proviniendo de Dios mismo con el fin de que el hombre «nada halle después de él» (Ec. 7:14). Como se ha planteado anteriormente, y al igual que en el libro de Proverbios, el temor de Dios es el principio de la sabiduría; es decir, la sabiduría es la consecuencia primaria del temor de Dios. Así entonces, Eclesiastés ve la sabiduría como el bien preciado y valioso debajo del sol (Ec. 2:13; 26; 7:12; 8:1).
El temor de Dios, el asunto primordial
El hombre sabio es el hombre que teme a Dios y esto, aunque viva en un mundo de vanidad corrompido y sabiendo él mismo que habrá de morir, le provee de un disfrute único para comer su pan con gozo y beber su vino (Ec. 9:7), disfrutar de la mujer que ama (9:9) y hacer todo lo que le venga a la mano (Ec. 9:10). El conocimiento de que Dios juzgará al hombre no limita al sabio para alegrarse (Ec. 11:9); la sabiduría le ayuda a recordar a su Creador a pesar de la decadencia inevitable de su cuerpo que va a la morada eterna (Ec. 12:1-5). Por ello, y con razón, el Predicador resume la única filosofía de vida que un sabio puede adoptar en este mundo vano; es aquella que contiene dos elementos insustituibles: Temer a Dios y guardar sus mandamientos (Ec. 12:13).
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[1] Michael A. Eaton, «Ecclesiastes» Tyndale Old Testament Commentaries (Downers Grove: Inter-Varsity, 1983), 55.
[2] Clyde T. Francisco, Introducción al Antiguo Testamento (El Paso: Casa Bautista, 1964), 30.
[3] Robert Jamieson, A. R. Fausset y David Brown, «Eclesiastés», Comentario exegético y explicativo de la Biblia (El Paso: Casa Bautista, 1981), 517.
[4] J. Stafford Wright, «Ecclesiastes» The Expositor’s Bible Commentary—Abridged Edition (Grand Rapids: Zondervan, 2012), 1635.
[5] Wilton N. Nelson, ed. Diccionario Ilustrado de la Biblia (Miami: Caribe, 1975), 175.